Azul Indigo / Deep Blue


El vuelo lúcido


“Le rêve de vol laisse le souvenir d’une aptitude à voler avec tant de facilité qu’on s’étonne de ne pas voler pendant la journée.”
(Bachelard, L’Air et les Songes)


Recuerdo que cuando era niña me ponía a saltar desde una barda del balcón que daba al jardín de la casa de mi abuela hasta el piso. La altura era poco menos de un metro y lo hacía una y otra vez con la esperanza de que en alguna de ellas quedara suspendida en el aire y pudiera, entonces, lanzarme a volar. No recuerdo haberlo logrado… Tiempo después, bastantes años después, soñé que volaba. Fue la primera y última vez que tuve un sueño así. Podía volar, sin alas, sin batir los brazos; me elevaba con tan sólo pensarlo. Pero una vez emprendía el vuelo, alcanzaba muchísima velocidad y la trayectoria era incontrolable. No podía detenerme a voluntad, a menos que topara con alguna pared, un poste o algo que disminuyera el impulso y me permitiera ir descendiendo sin estamparme.
Antes de cumplir los veinte años quise subirme a un globo aerostático y sentir, de alguna manera, que volaba. Tal vez hubiera sido mejor experimentar con un paracaídas o un parapente, pero siempre me dio miedo intentarlo. Finalmente, me conformé con las experiencias de vuelo que suceden cuando se viaja en avión. Pero, ciertamente, los que alguna vez han soñado que vuelan, los onironautas experimentados y Bachelard saben bien que a eso no se le puede llamar propiamente “volar”. El verdadero vuelo no requiere aditamentos. "Tous les êtres aériens savent bien que c’est leur propre substance qui vole, naturellement, sans effort, sans mouvement d’aile." (Bachelard)
Es evidente que este vuelo, por sus propias características, no puede ser posible en la vigilia. El volar, el auténtico volar, “le voyage en soi” sólo es posible en el ámbito de lo sutil; en la realidad nocturna, onírica, como diría Bachelard. La tradición hindú lo explica muy bien. La vigilia es el ámbito de los cuerpos físicos (sthûla sharîra), objetos densos y sus elementos (tierra, agua fuego y aire); percepción de lo externo, de la realidad ordinaria (Mandukya Upanishad, III)
El ámbito de lo sutil, por su parte, abarca tres diferentes estados, diferenciados por el nivel de profundidad que se alcanza en la conciencia y el nivel de realidad o esencialidad que explica lo real. El primer nivel del ámbito sutil es el estado de sueño con ensueños, en el que se perciben los objetos sutiles, ligeros, internos, mentales (Mandukya IV). Comprende las fuerzas vitales (prâna), las funciones y contrapartes sutiles de los cinco órganos de percepción (vista, olfato, oído, tacto, gusto) y los cinco órganos de acción (capacidad de habla, asir, excretar, moverse y reproducirse). Es el ámbito donde se originan los movimientos de nuestra psique: la memoria, imaginación, fantasía, razón, intelecto. Nos relacionamos con este ámbito a través de un cuerpo sutil (linga sharîra), mental, etéreo, astral.
Existe un segundo nivel de profundidad en éste ámbito y se trata del sueño profundo, en el que no se percibe ninguna imagen, ningún sueño, ningún objeto. Podría corresponder a esto que dice Bachelard: "Le rêve le plus profond est essentiellement un phénomène du repos optique et du repos verbal." Es justo el estado fisiológico de estar dormidos sin que haya “movimiento rápido del ojo” (REM). Aquí, todas las experiencias se unen y se diluyen, hasta llegar a ser una masa de conciencia indiferenciada (Mandukya V).
Para la tradición hindú, existe todavía un tercer nivel sutil más profundo que el anterior, al que se le llama simplemente “el cuarto”, si contamos desde la vigilia. Se trata de ese estado de conciencia en el que sólo subsiste el Ser; es, propiamente, la dimensión espiritual, la que está más allá de la dimensión psíquica y mental, pero que sin embargo subyace en todas las dimensiones de la existencia. (Mandukya, VI)
Es en el ámbito sutil, pues, donde puede suceder el “viaje imaginario” que nos describe Bachelard: "le plus réel de tous, celui qui engage notre substance psychique, celui qui signe d’une marque profonde notre devenir psychique substantiel." Dicho viaje imaginario puede ser un vuelo poético, un vuelo mágico y hasta un vuelo místico.
Para volar hay que elevarse; para elevarse hay que hacerse ligero (la poética del vuelo onírico de la que nos habla Bachelard es ya una manifestación de esa ligereza); y para hacerse ligero hay muchas y variadas técnicas en la sabiduría de las culturas del mundo, en las que podemos encontrar elementos similares. En todas, o en la mayoría, el cielo es el símbolo o arquetipo de lo sutil. Hay que viajar por muchos cielos antes de llegar al Último Cielo. (Eliade, Yoga e inmortalidad, FCE, p.237) Cada cielo simboliza un grado de profundidad en la meditación, “y simultáneamente, ‘pasos’ hacia la liberación final”; así es al menos en el budismo y el hinduismo; (Ibid, p.238) Se trata, evidentemente, de la operación espiritual ascensional que provoca la plasmación de la experiencia de vuelo en imágenes poéticas, en metáforas, en intuiciones reveladas y reveladoras.
El niño, el joven, el poeta y los enamorados vuelan; el asceta, el mago, el chamán, el yogui y el sabio vuelan. Se remontan por los aires, vuelan como pájaros, franquean distancias enormes a la velocidad del rayo (Ibid, p.238) Pero, ¿cómo lo hacen?
Remontarse al ámbito de lo sutil es, sobre todo, una operación espiritual vertical que, imaginada bajo el trasfondo celeste, adquiere el carácter de ascensión. “La ascensión al Cielo y el vuelo mágico están cargados de un simbolismo sumamente complejo, que tiene que ver sobre todo con el alma y la inteligencia humana. El ‘vuelo’ traduce a veces la inteligencia, la comprensión de las cosas secretas o las verdades metafísicas.” (Ibid, p239) Se dice que el que comprende tiene alas. Y Ellémire Zolla, refiriéndose al sabio taoísta, nos describe la imagen del hombre pájaro: “vive indiferente al elogio o a la crítica, no se trastorna por las opiniones, no separa la gloria de la desgracia. Está libre del peso de la sociedad…’emprende el vuelo con el espíritu’, dejando el cuerpo inerte e insensible, como si estuviera dormido.”(Zolla, La Filosoia Perenne, Mondadori, p.35) Y todavía habla de una fase más elevada (que no podría dejar de citar aquí), aquélla en la que se convierte en un verdadero gran pájaro:



Un ser totalmente absorbido por la inmensa rotación cósmica, al grado de moverse en ella, en el infinito. Un ser parecido a éste no dependerá más de nada. Será perfectamente libre, en el sentido en que su persona y su actividad estarán unidas a la persona y actividad del gran todo. Por esto se dice que, muy gustosamente: el hombre superior no tiene un yo propio; el hombre trascendente no tiene una acción propia; el sabio no tiene nunca más un nombre propio. Por que es uno con el todo. (Ibid, p.35)




Aquí, la idea de que nuestro corazón, pesado por las penas del día, se cura durante la noche por la facilidad y dulzura del vuelo onírico, como dice Bachelard (L'air et les Songes, Livre de Poche, p.45) se invierte completamente. No es el vuelo lo que aligera el corazón, sino que es un corazón ligero lo que permite el vuelo. El vuelo onírico producido por los mecanismos del inconsciente bajo una pesantez no resuelta en la vigilia, no es más que un impulso de voluptuosidad, o un sueño que representa la realización de un deseo reprimido, como diría el psicoanálisis. Pero el vuelo onírico, poético, mágico, lúcido, es un vuelo resultado de la búsqueda por la trascendencia; por el intento de elevarse y ver el mundo desde “arriba”.
Es por esto que la experiencia del vuelo auténtico sólo puede darse en el ámbito de lo sutil pues, aun en el caso de la levitación, ésta no sucede si antes el cuerpo denso no es transmutado en un cuerpo ligero, interpenetrado por las fuerzas sutiles, ajenas a la gravedad, capaces de elevarlo.
Todos tenemos contacto con el mundo sutil a través del estado de sueño. Sin embargo, el vuelo onírico sin más es distinto al vuelo onírico lúcido. La lucidez de un vuelo onírico se caracteriza por el hecho de sentir que se vuela sabiendo que se está en el ámbito sutil. La mayoría, cuando soñamos, lo vivimos como si estuviéramos en la vigilia, sentimos y creemos que estamos despiertos.
La dificultad de distinguir el estado de sueño del de vigilia es lo que ha llevado, tanto a filósofos orientales como a poetas occidentales, a afirmar que la vida es sueño, en otras palabras, que la realidad es una ilusión. La filosofía oriental, además, agrega el hecho de que los “despiertos” consideren que la realidad es sólo el mundo físico, cuando eso significa estar verdaderamente dormidos en su conciencia, al ser incapaces de ver la realidad del ámbito sutil o, puesto inversamente, la ilusoriedad del ámbito de la vigilia.
Curiosamente, aquellos que tienen sueños lúcidos dicen que una forma de saber que se está soñando es dar un salto. Si uno cae al piso quiere decir que se está en la vigilia, pero si se queda flotando el cuerpo (¡volando!) quiere decir que lo que se está viviendo es un sueño. “Al comienzo [del sueño] yo hacía una comprobación. Me apoyaba con las dos manos en el aire, como en una tabla invisible, y me impulsaba. Si ascendía era porque estaba soñando.” (Jodorowsky, Psicomagia, p. 76) Comienza así la experiencia de un sueño lúcido, en el que uno puede, entonces, comenzar a volar hacia donde uno quiera, sin estamparse con las cosas o adquirir una incontrolable velocidad.
Sin embargo, para que se nos pueda ocurrir saltar en nuestro sueño y comprobar si estamos dormidos o no, debemos practicar algunos ejercicios durante la vigilia. Lo primero que se necesita es realizar el acto de comprobación varias veces al día (en la tradición tibetana se dice que un mínimo de veintiún veces), de tal manera que se cree el hábito del “test” en el subconsciente y entonces pueda presentarse dicho acto en el sueño. El “test de realidad” no sólo consiste en saltar para ver si uno se queda suspendido, sino que también se puede corroborar el estado tratando de traspasar paredes o continuamente durante la vigilia formularse la pregunta “¿Es esto un sueño?” Hay personas que lo único que necesitan para tener un sueño lúcido es proponérselo. Yo no soy una de ellas…
Sin embargo creo que, de acuerdo con lo dicho, es fácil intuir y comprender que el soñar lúcidamente implica hacer uso consciente de nuestro cuerpo sutil, al que se suele llamar cuerpo astral. "Quel souvenir il doit laissez dans une âme qui sait lier sa vie nocturne avec la rêverie poétique du jour!" expresaba asombrado Bachelard. ¿Será el recuerdo de un mundo olvidado y negado por el reino de la vigilia materialista en el que vivimos; el recuerdo de facultades del alma y de nuestro cuerpo dormidas y atrofiadas por el sistema educativo de nuestro tiempo?
El sueño lúcido, más aún, el vuelo onírico lúcido, es un vuelo poético: Uno se vuelve el artista de su propio sueño, de su propio vuelo, que luego puede ser vertido en poemas, novelas, relatos místicos, de ascensión y, sobre todo, en un estado espiritual capaz de estar despierto a las múltiples dimensiones de la realidad.

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